2/11/09

Aquella Avenida de la Marina de los setenta.




Aquella Avenida de la Marina de los setenta. De la huelga de Hostelería a los Campeonatos de Petanca




La avenida de la Marina ha sido, es y será una de las imágenes más conocidas y exportadas de nuestra querida ciudad. Sus acristaladas galerías han sido cantadas por infinidad de escritores y poetas y es uno de los lugares que más gusta al coruñés, ya que su orientación, al abrigo de los vientos y de cara al sol, hace de esta avenida, sobretodo en primavera y verano, un espacio para descansar, charlar o tomarse alguna consumición, plácidamente, en alguna de las numerosas cafeterías que la jalonan.

Quien no recuerda aquellos años sesenta y setenta en que los soportales de esta coruñesísima y marinera calle, se llenaban a diario de cientos y cientos de personas que disfrutaban de los locales abiertos al efecto y que habían sustituido a las consignatarias de buques que allí tuvieron sus reales y que sirvieron como marco a muchísimas escenas de aquella deliciosa película “Camarote de lujo” rodada íntegramente en nuestra ciudad en los años cincuenta.

Los Porches y el Saloon, más conocido con “El Indio”, debido a que una gran figura de un piel roja en madera, vigilaba de forma altiva la puerta del establecimiento propiedad de los hermanos Castiñeiras y de Miguel San Claudio; El Triana, del antiguo jugador de fútbol del mismo apellido y componente de aquel legendario Deportivo que eliminó al todopoderoso Real Madrid de la Copa del Rey en 1932; el Lumar de Luís Martínez y su encantadora esposa, vecina por cierto de mi querida e inolvidable calle de Fernando Macias y madre del tristemente desaparecido Chiqui. Más tarde abrirían sus puertas el S-11 y el Picadilly del también desaparecido Lucho Regueira. Y entre ellos, el Capri.

Tengo que decir que el Capri fue para mí, unos de los lugares más encantadores de mi juventud. Allí y por espacio de cuatro años, hasta su cierre en 1978,- para convertirse en lo que es hoy, uno de los establecimientos punteros de la cadena Gasthof-, pasé horas deliciosas e inolvidables. Ya lo recordaba de niño cuando acompañando a mis padres, íbamos a tomar pinchos morunos que lo preparaba, por la parte del establecimiento que da a Riego de Agua, un moro llamado Hassan y que se tocaba la cabeza con un vistoso Tarbuz rojo. Después volví a los diecisiete años con mi pandilla de amigos y amigas; romances juveniles; declaraciones de amor eterno; besos a escondidas; inquietudes políticas; las Hogueras de San Juan; los partidos del fútbol que presenciábamos los domingos en la televisión de la cafetería. De aquellas fechas surgió una profunda amistad con el dueño del Capri, Luís Núñez Regueira. Luís había trabajado con padre, cuando mi recordado progenitor, el bueno de Marcelino, aún soltero, ejerció de hostelero. Hijo del gran Satanela, uno de los más importantes representantes de orquestas que tuvo nuestra ciudad, Luís y su recordada esposa María, hacían del Capri un lugar alegre, familiar, curioso y variopinto. Entre sus clientes el recordado Chano Yordi que prácticamente acudía todos los días a media tarde a tomarse una copa; Chema Velasco, gran atleta y uno de los contados coruñeses que tuvieron el honor de llevar sobre sus hombros el féretro de José Antonio Primo de Rivera, de Alicante al Escorial, una vez terminada la guerra civil; Manolo Ricoy, sempiterno delegado del Fabril; el brigada más guapo de la guarnición, “eran sus palabras”, el amigo Castiñeiras; Julito Prieto y Toñito De Diego, dos personajes entrañables y singulares de aquella Coruña apasionante, Paco Ferreiro “el de FENOSA", que alternaba el Capri con el Saloon, cuando acompañado por Jai, entonaba alguno de sus conocidos boleros;Manolo, el rizos que vivía de las mujeres; Eduardo, un zapatero de Juan Florez, jorobado, más salado que las pesetas y más chulo que un ocho; la pandilla de Manolo Santacruz; coruñeses de toda condición; alguna que otra joven de vida alegre que trabajaba en la vecina calle de la Florida y pandillas de chicos y chicas, como la nuestra, que todas las tardes daban un aire de frescura al establecimiento.

Entre sus empleados destacaban. Pepe Rivadulla y Harry, camareros de sala, así como Manolo, que hoy está en el restaurante del Corte Inglés y Pepe Carnota, un magnifico profesional pero un tanto despistado que según le diese, le endosaba una tapa de callos a un cliente que había pedido un café y o le largaba una magdalena al que había pedido un vino. Y con todo ellos, el querido Fernando, el limpiabotas, abuelo de mis buenos amigos, Nanchi e Isabel.

Dos acontecimientos quedarán por siempre en mi retina. La huelga de hostelería del verano de 1977, en que los clientes, ante la falta de camareros, declarados en huelga, ayudaron a abrir la cafetería todos los días. Era jocoso ver a mi amigo Joe Romero y a Eduardo, el zapatero, hacer labores de camareros. Era tanto el celo que ponían en su función que a la hora de recoger los vasos vacíos de las mesas de la terraza, se llevaban también los de las cafeterías limítrofes. O cuando ya se iba a cerra el local, se ponía Eduardo en el dintel de la puerta, con su cuerpecito pequeño y su “Mochilita natural en la espalda” y te espetaba en la cara: “Esto se cierra y aquí no pasa ni Dios”. Harry, el camarero, era uno de los cabecillas de la huelga y durante varios días realizaron manifestaciones delante de los establecimientos de la Marina para que cerrasen sus puertas. Una vez terminada la manifestación y después de llamarnos a los clientes “esquiroles”, “fascistas” y otras lindezas, Harry se acercaba al Capri a tomar una cerveza y a su vez comentar, hacernos reír con las vicisitudes de la huelga y sobre todo a descansar de las caminatas que se pegaba pues padecía mucho de los pies. Auténticamente de sainete, pero muy democrático y civil a pesar de que la transición acababa de comenzar. ¡Cuánto tendrían que aprender los actuales piquetes que todo lo basan en la fuerza bruta! Toñito Osende, otro de nuestra pandilla, confeccionaba en varios idiomas, sobre todo en latín, griego e internacional de señales, una serie de carteles en los que se daba instrucciones a los clientes. Uno de ellos dio mucho que hablar: “Hoy cerrado porque me fui a pescar con Pepe”. En fin una auténtica coña marinera.

Luís tenía y tiene, una gracia innata y era un hacha en lo referente a buscar apodos para algunos de sus clientes. Así el bueno y entrañable amigo y camarada Jaimito Torrón era “el vio”; Osende “el papeles”, Eduardo “el cosita” (sería por la joroba); Pedro Rama “el vinagrillo”; otro que estaba medio loco “el roto”…

Pero lo más espectacular y entrañable, era, sin duda, los campeonatos de petanca que se jugaban los domingos por la mañana en el jardín de enfrente, al lado de la oficina de turismo. Venían equipos de Vigo, Pontevedra,Lugo, Ferrol, León y Asturias. El equipo coruñés estaba formado por el propio Luís, ; Manolo Ricoy; el brigada Castiñeiras y Fernando “el limpia”. ¡Que manera de jugar!. Eran francamente buenos y muy complicado el ganarles. Al final todos se reunían en el Capri a tomarse unas cervezas y a comer en franca camaradería. Todavía no existían los celtarras y los Riazor blues y la rivalidad entre La Coruña y Vigo se solventaba en las canchas de juego. Aquellos veranos Coruñeses con la postrera presencia de las motos de la escolta del Generalísimo; la batalla de flores; la comparsa de cabezudos; los helados de la Italiana; los pasteles de Dulcinea; los chapuzones en la Solana y esos recordados establecimientos donde tantos y tantos coruñeses se divirtieron, bebieron, ligaron e hicieron honor a la canción “Vivir na Coruña que bonito e”. Era una Coruña única y sorprendente.



Calin Fernández Barallobre

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