21/8/11

"MINIFALDAS Y BIQUINIS"


HISTORIAS DE MARINEDA


"MINIFALDAS Y BIQUINIS"

Si algo alteró la pacífica vida de aquella Marineda de los años 60, al menos en lo que a moda se refiere, fue la aparición en escena de la minifalda y el biquini que irrumpieron, venidos de allende los mares, de forma casi sorpresiva cambiando muchos de los esquemas mentales de las gentes de nuestra ciudad.


De una u otra forma, tal vez, tras aquel cambio drástico en la moda femenina nada fue igual en aquella Marineda tranquila y provinciana que estaba comenzando a despertar, entre bostezo y bostezo, de un larguísimo letargo.


No puedo precisar la fecha exacta en la que vi, por vez primera, a una mujer vestida con minifalda pero sí recuerdo, aunque de forma un tanto imprecisa, la primera vez que vi a una, concretamente a dos, en biquini.

Fue en la playa de Riazor, una mañana de verano probablemente al inicio de los 60. Como cada mañana nuestro grupo de amigos habíamos acudido a ocupar nuestro rincón particular cerca de las lanchas de pescadores que descansaban sobre la arena frente al Playa Club. Allí, entre baño y baño, contándonos historias y soñando con mágicas noches de San Juan, pasábamos las mañanas de verano, reservando las tardes para interminables partidos de fútbol que tenían por escenario alguno de los campos de los Puentes o la calle ancha de Paseo de Ronda, hoy Calvo Sotelo, y las llegadas de la noche para largas reuniones, alrededor de un pequeño fuego, en aquel mágico lugar que llamábamos nuestro campamento.


Aquella mañana la playa parecía alterada por algo, se sucedían los cuchicheos y comentarios de un lado a otro; todo indicaba que algo extraño estaba ocurriendo. De repente, uno de mis amigo se acercó al grupo y nos transmitió la noticia: "hay dos tías en biquini".

Ante la sorpresa general y sin alertar a alguna de nuestras madres que nos acompañaban tutelando nuestros hídricos juegos matinales, nos dispusimos a seguir los pasos del transmisor de la noticia. Y allí estaban, tumbadas sobre la cálida arena riazoreña, dos jóvenes, evidentemente mucho mayores que nosotros, tomando el sol vestidas con un dos piezas que hoy se nos antojaría más apropiado para una hermanita de la caridad que para una joven de la edad de aquellas. Pese a todo y al hecho de ser forasteras ambas beldades, si es verdad que aquello alentó nuestra lívido ya de por sí alterada en aquellas edades.

Por supuesto que hubo comentarios para todos los gustos ya que la presencia de ambas jóvenes se propagó por toda la playa como reguero de pólvora y fueron muchos, especialmente, del elemento masculino que se acercaron a verlas y a gozar con la contemplación, descarada y sin recato, de sus cuerpos. Por su parte, algunas mujeres comenzaron a propalar insultos hacia aquellas muchachas a las que tildaron de desvergonzadas por vestir de semejante forma, ¿qué dirían ahora si viesen esa bellezas que se pasean en top les por nuestras playas?


De una u otra forma, aquella presencia no pasó inadvertida para ninguno de nosotros y además de convertirse, durante días, en musas de nuestros sueños y fantasías, fueron objeto de largas conversaciones alrededor de nuestro particular fuego de campamento.


Durante los días siguientes, a hurtadillas y pese a las protestas de nuestras madres por nuestras inexplicables desapariciones temporales, las buscamos a lo largo y ancho de la playa sin éxito.


En cuanto a la minifalda, esa ya es otra historia. Supongo que fue alrededor de 1965 o 1966 cuando la moda se hizo patente en España y por tanto en nuestra ciudad. Desde luego no puedo precisar donde vi por vez primera a una chica vistiendo esta prenda. Tal vez fuese a la "sex simbol" de nuestra calle o incluso a una de las chiquillas de aquellas pandillas que, cada tarde agostera, se citaba en los coches de choque que se instalaban en el Relleno y con las que tratábamos desesperadamente de ligar, sin conseguirlo, entre canción y canción de "los Bravos". El caso es que a partir de aquella fecha la falda corta se convirtió en una de las prendas preferidas de las chiquillas de nuestra edad lo que provocaba no sólo que volviésemos la vista para mirarlas, sino que las convertía en las más admiradas y deseadas dentro de su universo femenino.


Tras la minifalda comenzó a rizarse el rizo y apareció el short con botas altas y abrigos largos, aquello se convirtió en el colmo de la sensualidad y cada vez que nos topábamos con alguna mujer vestida de tal guisa encendía nuestros deseos con más llamas que la hoguera de San Juan.

Más tarde, con el paso de los años, los biquinis y las minifaldas, incluso los shorts, se convirtieron en prendas habituales de la moda femenina perdiendo parte de aquel misterioso encanto que le confería el estar casi a caballo de la clandestinidad. Vinieron otros tiempos más atrevidos en los que aquellas modas, otrora limitadas tan solo a una minoría con pocos prejuicios, se convirtieron en algo habitual usado por todas sin distinción de edad ni de aspecto físico; sin duda tiempos diferentes, tal vez ni mejores ni peores, sólo diferentes; sin embargo perdieron algo de aquel mágico encanto que poseían cada vez que te cruzabas con una minifaldera o te dabas de narices, en nuestro querido Riazor, con una linda coruñesa vestida con un atrevido biquini.





José Eugenio Fernández Barallobre



13/8/11

1850. La primera plaza de Toros de La Coruña

1850. La primera plaza de Toros de La Coruña.




Querido director: Ante la inminente nueva época del blog El Balcón de Marineda, te remito este artículo coruñés y taurino sobre la primera plaza de toros que tuvo La Coruña unos días después de finalizar la feria taurina de La Coruña 2011.

Independientemente de que existe una nítida información de que ya se corrían y lanceaban toros en los festejos del Voto a la Virgen del Rosario, con motivo del levantamiento del asedio por parte del pirata Drake, allá por el año de 1589 y que aquellos primeros festivales tenían como marco la Plaza de la Harina, fue el alcalde Juan Florez quien en 1850 dio el primer paso para establecer una feria taurina en nuestra ciudad, dentro de las fiestas de María Pita que él mismo creó y diseñó para atraer el turismo a La Coruña. Impulsó vivamente la construcción de una plaza de toros. Después de barajar diversos lugares para su ubicación, como el Campo de la Leña o el de Marte, se decidió situarla donde posteriormente estuvo la fábrica del Gas, es decir, en el corazón de la hoy tan traída y llevada calle de Juan Canalejo, junto al Corralón del viejo cuartel de Artillería de los altos de la pescadería, hoy Zalaeta. La plaza que se construiría en madera., se diseñó con capacidad para 10.000 personas. Era propiedad de un conocido industrial llamado José Agapito Ugarte y las obras estuvieron a cargo de un maestro apellidado Bermúdez. El pliego de condiciones detallaba que el ruedo tendría que medir 50 varas de diámetro. Debería confirmarse que llevaría barrera, contrabarrera, 20 gradas de tendidos y cuatro más cubiertas a modo de andanadas, con una barandilla de madera. También obligaba al empresario constructor a disponer de tres palcos, uno para la presidencia. Enfrente de la misma se colocaría un entarimado como lugar reservado para la banda de música, clarines y timbales. La Corporación Municipal se haría cargo del botiquín, que tendría que ser atendido por dos facultativos uno en medicina y otro en cirugía, un practicante, dos enfermeros y un local para enfermería con dos camas y una camilla. El Ayuntamiento, también acometería el enarenado del suelo y facilitaría las mulas necesarias para el arrastre así como personal de arreo. Por parte de la empresa se entregaría al ayuntamiento un monte o una dehesa donde pudiesen pastar los toros. El constructor se comprometió a dar una fianza de 40.000 reales, mientras que el Ayuntamiento aportaría 50.000, pagaderos en tres plazos, para usufructuarla.

El diez de julio de 1850, se inauguró la primera plaza de toros de la Coruña, actuando en los tres primeros festejos, el famosísimo, Francisco Montes “El Paquiro”, a quien acompañarían Julián Casas y Juan Jiménez.

Paquiro había revolucionado la fiesta, pues desde la desaparición de Pedro Romero, Pepe-Hillo y Joaquín Rodríguez “Costillares”, ningún matador había logrado encandilar de nuevo a la afición con sus magníficas actuaciones, llenas de valor, fuerza y elegancia, utilizando nuevos desplantes y adornos. Alumno de la Escuela de tauromaquia de Sevilla, creada a expensas del Rey Fernando VII en 1830, Paquiro, iba a tener como maestro al inigualable Pedro Romero. El alcalde Juan Florez, le remitiría una cordial carta agradeciéndole su resonante triunfo. Entre otras párrafos, decía el buen alcalde coruñés: “Con su actuación, usted ha dado una prueba evidente e incontestable de que en La Coruña pueden efectuarse corridas de toros tanto o más escelentes (sic) que las que se ejecutan en otras poblaciones en que la diversión ha formado ya costumbre. Me complazco en vista de tales resultados en dar a usted las merecidas gracias por haber dejado conocer sus acostumbradas serenidad, destreza y habilidad con que usted domina al toro más fiero y que tanto ha agradado al público coruñés”. Desgraciadamente, una año más tarde de su apoteósica actuación en La Coruña, Montes fallecería en Chiclana cuando contaba 46 años de edad.

En los siguientes años, los coruñeses se emocionarán con el toreo de figuras de la categoría de Francisco Arjona “Cúchares”, José Redondo “El Chiclanero” y Antonio Sánchez “El Tato” entre otros. EL Tato, aquel torero que levantaba pasiones y que el día 7 de junio de 1869, en una corrida en Madrid en la que se celebraba la aprobación de la Constitución, se encontró con “Peregrino” de la ganadería de Martínez que le asestó una tremenda cornada. Al no existir la penicilina, que tantas vidas salvó y salva, a El Tato, se le tuvo que cortar un pierna debido a la gangrena. A alguien se le ocurrió la morbosa idea de conservar en formol, la pierna de El Tato, que se exhibió en el escaparate de una farmacia que existía en la madrileña calle del Desengaño esquina a Fuencarral. Un incendio provocó la desaparición de la “reliquia” y más tarde, al levantarse el edificio de la Telefónica, la mencionada farmacia dijo adiós para siempre.

Volviendo a la primera plaza de toros coruñesa, apuntar que no tenía corrales y el ganado se dejaba pastar plácidamente en el monte del Martinete desde donde eran trasladados a la plaza. Las reses, para las primeras corridas del 10, 11 y 12 de julio, llegaron desde Colmenar Viejo vía Piedrafita del Cebrero, Portomarín, Cruces, Curtís, Crendes, Cambre, Anceís, Altamira, Sigrás, Alvedro y La Coruña, atravesando parte de Castilla y toda Galicia. Eran toros de la ganadería de Aleas.

Esos primeros festejos taurinos del verano coruñés de 1850 se producían en una ciudad que iniciaba la construcción de un nuevo muelle, del Cuartel de Atocha y del Hospital Militar; La Coruña se embellecía con nuevas plazas, parques y jardines; se creaba la Banda de Música del Hospicio, entre otras muchas mejoras. Pero sin dudas la labor más meritoria del alcalde Juan Florez, su proyecto estrella, fue dotar a la ciudad del ferrocarril. En compañía del ingeniero Juan Martínez Picavia mantuvo una denodada lucha contra tirios y troyanos por la construcción de la línea férrea La Coruña- Madrid a la que denominó “Príncipe Alfonso” Durante ocho años soportó la falta de apoyos oficiales así como una campaña de incomprensión de gentes sin visión de futuro que veían en la llegada del tren una desgracia para la ciudad. Afortunadamente sus tesis se impusieron y ocho años más tarde en 1858, la reina Isabel II, en su visita a La Coruña, colocaba la primera piedra de tan controvertida línea ferroviaria.

En 1900 la corporación municipal, bajo mandato del Alcalde Martínez Fontenla, acordó dar el nombre de una calle en la zona del ensanche a la memoria de Don Juan Florez. Hoy esta calle por su tráfico y comercio es una de las principales arterias de la ciudad.



Calin Fernández Barallobre